Bill Viola, el pionero del videoarte, nacido en Nueva York en 1951, falleció en California afectado por la enfermedad del Alzheimer, dejando tras de sí un legado extraordinario de elaboraciones y estudios sobre innovaciones técnicas y conceptuales, con películas experimentales y música electrónica. Gracias a sus instalaciones, los sonidos de la vida cotidiana, así como los de la experiencia psíquica interior, han sabido jugar un papel importante en la interpretación del diafragma entre el yo y el nosotros, entre el interior y el exterior.
Este artista estadounidense, que siempre trabajó en colaboración con su esposa Kira Perov, intentó describir cómo el hombre se acerca a la realidad, a las cosas visibles, perceptibles, hasta delinear los límites del conocimiento humano, como el sueño, la represión, el recuerdo, el trauma. En esta perspectiva liminal, en las últimas décadas también ha incursionado en el terreno de lo sagrado. En noviembre de 2009, Bill Viola participó en el encuentro de Benedicto XVI con los artistas y, poco después, para la catedral londinense de San Pablo, elaboró dos videos para imágenes de altar que representan a la Madre de Dios y San Juan Bautista. Además, en los grandes museos del mundo, sus videos a menudo se han comparado con las antiguas pinturas de la Pasión. Uno de los videos que más ha impactado es La Visitación, prácticamente un homenaje a Pontormo.
Hace unos diez años, en una entrevista con Art Tribune, explicó por qué algunos de sus trabajos habían cambiado desde los años noventa, ya que había decidido desaparecer de los videos para dejar espacio a otros. La respuesta de Viola hacía referencia precisamente a la búsqueda interior. «La verdadera cuestión se encuentra más en profundidad: ¿quién eres tú cuando estás solo? ¿Quién eres tú cuando surge la idea? ¿Quién está realmente realizando el trabajo? Yo considero lo que estoy haciendo como un viaje. Es un recorrido largo a lo largo de la vida. Tiene su origen en lo profundo, dentro de mí, en un lugar sobre el cual no tengo control. Es un don. Sé que estaré en este camino hasta el día en que muera, o al menos hasta que la voz interior me abandone. Esta verdad me da fuerza. Es la esencia de lo que hago, de quién soy. Se basa en una combinación de certezas y misterio».
En 2007, Viola participó en la 52ª Bienal de Venecia presentando una instalación llamada "Océano sin orilla", que tomaba el título de un poema de un místico musulmán que vivió en España en el siglo XII, Ibn ʿArabī. Viola describía esa obra como el espejo «de la fragilidad de la vida, como si el límite entre la vida y la muerte no fuera realmente un muro duro; no debe abrirse con una cerradura y una llave, en realidad es muy frágil, muy tenue».
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