Regresa la pesadilla de los cristianos en Turquía. «Expreso mi cercanía a la comunidad de la iglesia de Santa María en Sariyer, en Estambul, que durante la misa sufrió un ataque armado que provocó un muerto y varios heridos», dijo el Papa Francisco en el Ángelus pocas horas después del atentado ocurrido en una zona residencial de la ciudad, durante el servicio religioso. A pesar de que el presidente Erdogan ha hecho saber que los responsables serán castigados, en el Vaticano el asunto ha hecho aflorar inevitablemente décadas marcadas por un clima muy inestable para la minoría católica que incluso llevó al asesinato de un obispo, decapitado en 2010 por un joven musulmán que trabajaba para él y se había radicalizado progresivamente.
Papa Francisco: «Evitar cualquier paso que aumente la tensión en el Medio Oriente»
Sin contar los numerosos actos intimidatorios, bombas frente a las iglesias, amenazas y otro sacerdote -esta vez romano- don Andrea Santoro asesinado cuatro años antes frente a su parroquia en Trebisonda, en el Mar Negro, donde ejercía su misión como misionero fidei donum al grito de Allah-h-Abar. Los cristianos también han sido víctimas de la radicalización en Turquía, especialmente en las zonas anatólicas. En 2007, el año siguiente a la muerte de Don Santoro, tres cristianos evangélicos fueron degollados en la iglesia protestante de Malatya, irónicamente una zona marcada por un martirio muy pesado durante los años del genocidio armenio (1915-1917). En Mardin fue degollado el obispo Maloyan, luego beatificado por Juan Pablo II en 2001.
Los obispos y frailes que resisten en la zona anatólica siempre han contado muchos episodios de intimidación y vandalismo. “Tiran basura en la iglesia, dañan las puertas”, aunque siempre han subrayado que los problemas constantes no expresan tanto una hostilidad generalizada por parte de la población local sino más bien la presencia de fracciones intolerantes, empeñadas en provocar daños.
Las relaciones entre el Vaticano y Turquía son muy antiguas, se remontan a los tiempos del Imperio Otomano pero sufren cíclicamente fases alternas. La relación entre el Papa Francisco y el presidente Erdogan siempre se ha definido como bastante buena, tanto que en varias ocasiones, especialmente relacionadas con la crisis internacional, los dos líderes se han comunicado por teléfono para intercambiar información y opiniones. Sucedió sobre la cuestión ucraniana, sobre el problema de Jerusalén y después de la decisión de Ankara de devolver al culto islámico la basílica de Santa Sofía (que desde los tiempos de Ataturk era un museo). En ese momento, el Papa Francisco expresó a Erdogan su "profundo dolor" personal, pero luego prevalecieron las relaciones y el diálogo. Exactamente como ocurrió durante la crisis diplomática de 2015 tras las celebraciones por el centenario del genocidio armenio que la Turquía moderna sigue negando, hasta el punto de castigar por ley a aquellos que se atreven a hablar de ello en público (aún no se ha derogado un artículo del código penal que define como delito hablar de genocidio).
Quizás el punto más bajo en las relaciones diplomáticas se produjo durante el pontificado de Benedicto XVI. Antes de ser elegido, como cardenal, Ratzinger concedió una larga entrevista a un periódico francés en la que expresaba su oposición personal a que Turquía pudiera ser aceptada en la UE.
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